Erasmo de Rotterdam y el humanismo cristiano: el Novum Instrumentum

Si los nuevos humanistas más allá de los Alpes se hubieran centrado únicamente en el refinado clasicismo que había caracterizado a los últimos grandes representantes italianos, no habrían pasado de ser personajes oscuros y marginales. Les era preciso dotar al movimiento de un nuevo impulso y demostrar que su alcance era mucho mayor que el meramente literario. Es en este contexto donde aparece la figura de Erasmo de Rotterdam (1466-1536), que, hacia el año 1515, se había convertido en el intelectual más influyente de Europa, considerado por los grandes hombres de letras como la máxima autoridad de la emergente cultura humanística.

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Se estima que Desiderius Erasmus debió nacer en torno a 1466 en la ciudad de Rotterdam. Ante la temprana muerte de sus padres, Erasmo fue enviado a una escuela de los Hermanos de la Vida Común en la localidad de Deventer, donde entraría en contacto con la vida monacal. Durante su estancia en el convento de los agustinos, adquirió la formación religiosa tradicional y quedó algo desencantado con muchas de las prácticas piadosas, pues lo que a él realmente le interesaba era su formación intelectual. Con todo, fue allí donde empezó a adquirir una gran destreza en el dominio de la lengua latina. Inmediatamente después de ser ordenado sacerdote, Erasmo empezó a trabajar como secretario del obispo de Cambrai, quien le facilitó que pudiera estudiar teología en la Universidad de París, epicentro de los estudios teológicos en Europa. Después de haber pasado una temporada en Inglaterra, donde pudo entablar amistad con personajes de renombre como Tomás Moro, Erasmo regresó a Paris, y en 1504 publicó una de sus obras más célebres, el Enchiridion militis Christiani, que pretendía ser un manual de comportamiento para todo hombre que aspirara a ser un buen cristiano.

Ese mismo año de 1504, durante una estancia estival en la ciudad de Lovaina, Erasmo pudo acceder en la abadía de Parc, a las afueras de la ciudad, al manuscrito de la Collatio Novi Testamenti de Lorenzo Valla, de quien era un ferviente admirador. Valla había confrontado el texto griego con el texto latino de la Vulgata con intención de corregirla, aunque finalmente no dejó la traducción latina del Nuevo Testamento que había pretendido. La lectura de esta obra fue el último elemento que le faltaba a Erasmo para terminar de configurar su programa religioso: a través de sus conocimientos filológicos, podía emprender una nueva traducción latina del Nuevo Testamento, más depurada y cercana al sentido original de las Escrituras. Se trataba de recuperar el mensaje original de Cristo y retornar a la esencia de las Sagradas Escrituras.

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Es probablemente en este momento culminante de la actividad intelectual de Erasmo cuando humanismo y cristianismo llegan a su punto de encuentro más próximo: la aplicación práctica de la filología y sus herramientas, como la gramática y la crítica textual, con el objetivo de desentrañar el texto sagrado y mostrarlo con la mayor claridad posible. Erasmo consideraba que era fundamental recuperar la forma de expresión original del Nuevo Testamento a través de un estudio intensivo de las Sagradas Escrituras, a ser posible en la lengua original (esto es, en griego y en hebrero). Por tanto, la nueva teología auspiciada por el humanista ponía las Escrituras en el centro, pues todo estaba en ellas. Es en este proceso de “depuración” del cristianismo donde cobra una especial importancia la actividad filológica, pues el núcleo de la teología erasmiana residía precisamente en el lenguaje y en el análisis de los textos.

Luego, a partir del año 1500, Erasmo ya había decidido dedicarse en cuerpo y alma a los estudios bíblicos, y la idea que albergaba era corregir la versión latina del Nuevo Testamento contenida en la Vulgata, tomando como referencia a los originales griegos. La ampliación del ámbito de estudio de las letras latinas a las griegas lo exigía la propia materia sobre la que se pretendía tratar, pues sin la revisión del texto griego era muy complicado comprender muchas cuestiones teológicas del cristianismo primitivo. La idea erasmiana de conocer las tres lenguas, el latín, el griego y el hebreo, para abordar los estudios bíblicos, estaba ya presente en los primeros precursores del humanismo, pero fue con Erasmo cuando alcanzó un mayor grado de madurez. El fruto de esta dedicación a los estudios bíblicos vería finalmente la luz a partir de 1516, cuando se produjo la primera publicación del conocido como Nouum Instrumentum, una edición del texto griego del Nuevo Testamento con notas y una traducción latina suya, que difería de la Vulgata de San Jerónimo.

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El Novum Instrumentum era, en suma, una edición bilingüe de la Biblia. El texto en griego estaba situado en la columna de la izquierda, y el texto en latín en la de la derecha. Realmente, el Nouum Instrumentum fue la segunda edición de un Nuevo Testamento en griego, pues el primero que se imprimió fue la Biblia Políglota Complutense, publicada en 1514 bajo la dirección del Cardenal Cisneros. No obstante, en la edición bilingüe de la Políglota no aparecía una nueva traducción latina del Nuevo Testamento, sino solamente la Vulgata. De hecho, la acogida de la primera edición de la obra erasmiana fue un tanto polémica, pues algunos teólogos le criticaron por ofrecer una traducción distinta a la Vulgata.

Esta obra llegó a ser el trabajo de toda una vida: su preparación duró cerca de quince años, pero las cuatro ediciones que siguieron a la primera impresión (1519, 1522, 1527 y 1535) llenarían el resto de su vida. Asimismo, el Nouum Instrumentum se convirtió en el texto base para muchas de las traducciones modernas del Nuevo Testamento a partir del siglo XVI, después de la Reforma protestante.

Erasmo no llegó a conocer personalmente a Lutero ni se adhirió nunca a la Reforma protestante. Sin embargo, es evidente que algunos elementos del mensaje erasmiano (como la teología de la Escritura, el anhelo de espiritualidad, la sobrevalorización de lo interior frente a lo exterior o la crítica a las instituciones eclesiásticas) sirvieron de inspiración para la revolución luterana. Lutero afirmó en muchas ocasiones que era un gran admirador de la obra de Erasmo, especialmente de la traducción que había hecho del Nuevo Testamento. Erasmo, por su parte, también estaba de acuerdo con algunas ideas de Lutero, sobre todo en lo relativo a la administración de la Iglesia.

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Sin embargo, a pesar de estos puntos de encuentro, Erasmo y Lutero acabaron tomando caminos separados. Entre los objetivos principales de Erasmo estaba el de armonizar la cultura clásica con la religión cristiana, la razón con la revelación, posición compartida con otros humanistas como Luis Vives o Tomás Moro. Su carácter era conciliador, moderado y ecléctico, defensor de un sentido de la religiosidad donde el componente moral tenía una importancia destacada. Lutero, por su parte, presentaba una inclinación marcadamente religiosa y era mucho más radical en sus planteamientos: en su incansable búsqueda de interioridad, pretendía sentar las bases de una auténtica revolución intelectual. Así, a diferencia de Erasmo, su sentido de la religiosidad era profundamente existencial y agónico.

 

Carlos Sánchez Luis

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